Por Sara Sutton
De tal manera que hablaré en parábola,es decir, para desorientar . Jacques Lacan
De tal manera que hablaré en parábola,es decir, para desorientar . Jacques Lacan
Hay discursos que trastocan el mundo justamente por no explicar nada. Ya decía Altazor que “los verdaderos poemas son incendios”. (1)
¿Qué se juega en el campo de la comunicación cuando pensamos que éste se reduce a la eficacia en la transmisión de un mensaje por un emisor a un receptor? Tras esta mirada de intenciones – aparentemente apolíticas – de comprensión y clara comunicación, se esconde un entramado de redes de poder, pues, más allá de la producción y transmisión de un mensaje, el juego de las comunicaciones se encuentra atravesado por estructuras sociales y simbólicas que lo determinan. No se trata sólo de comprender cómo se gestan y se distribuyen los discursos, sino develar que tanto su producción como su puesta en circulación generan relaciones de poder que configuran el espacio de lo social.
La comunicación debe ser pensada en plural, pues los discursos que configuran el orden social son múltiples y no todos corren con la misma suerte: los que construyen la Historia – los de los grupos dominantes – aunque pretendan erigirse en discursos universales, portadores de la Verdad, la voz de los otros – los marginados y excluidos – se inmiscuyen por las grietas más delgadas y por minúsculas porosidades para contar su historia y nombrar la realidad desde otro lugar. Sin embargo, además del calidoscopio de estos discursos eficaces o parcialmente acallados, nos enfrentamos también ante cierto silencioso malestar que no encuentra cause en el laberinto del lenguaje. Es entonces imperante intentar escuchar ese silencio y leer lo no formulado, lo no dicho, para propiciar la emergencia de nuevos discursos que den cabida al otro, a los múltiples otros que desde los discursos dominantes sólo pueden ser leídos como los desviados, enfermos, subdesarrollados, insanos y peligrosos.
Así, el lenguaje aparece no sólo como un medio de comunicación sino también como gestor de realidades; no sólo es un medio de representación de los hechos, sino que el lenguaje crea y recrea el orden. Desde este lugar, damos cuenta que el sentido, más que descubierto o revelado, es creado; o, en términos nietzscheanos podemos decir que el conocimiento no se descubre sino se inventa.
Desde esta perspectiva, las “ciencias de la comunicación” – cualquier cosa que eso signifique – no se remiten sólo a analizar las diversas formas y técnicas de la transmisión de mensajes, sino – como mencionamos anteriormente – también a reflexionar sobre ese complejo campo de los discursos sociales que aparecen como un entramado de relaciones de poder. Este panorama nos obliga a pensar que el problema de la comunicación es también un problema ético y político. Y aquí es donde se cruzan el campo de la comunicación, el arte y el psicoanálisis. Si el arte tiene que ver, desde un punto de vista fenomenológico, con poner el mundo entre paréntesis y hacerlo salir de sus goznes al posicionarse más acá de los fenómenos y el mundo de las formas, da cuenta, a través de la sensación, de una serie de escorzos y retazos, que aparecen como fragmentos de materialidad inacabada. (2) Así, el contacto con el mundo por medio de la sensación, se encuentra más acá de la visión que resulta en un saber sobre los objetos (como la mirada científica, por ejemplo). Desde aquí, desde la sensación – a diferencia de la mirada de la ciencia –, no hay conocimiento que arribe sino pura afección que irrumpe en el curso “natural” o “mundano” de los acontecimientos, para develar su reverso. Aquello que se revela en el arte tiene que ver, entonces, con los contrasentidos de una historia bien contada. Podríamos decir, siguiendo los trazos de Walter Benjamin, que “leer la historia a contrapelo”, no significa abordarla desde la posición contraria sino detenerse por un instante en sus bordes con el fin de revelar una historicidad anacrónica que, a pesar de que la Historia oficial intente desconocer, insiste y aparece a modo de significación sintomática. (3) Esta anacronía que hace tropezar el paso firme de la Historia, la podemos relacionar con aquello que Freud llamaba la “melodía primitiva de las pulsiones” [Triebmelodie]: testaruda melodía oriunda de las formaciones del inconsciente que se cuela por los oídos e impone su propio estribillo, desentonando así la gran sinfonía de la civilización. (4) Y ¿qué es aquello que desentona y se cuela por los oídos, proviniendo del inconsciente? Son despojos: aquello que ha sido acallado y que de alguna caprichosa manera se hace escuchar desde las barricadas del cuerpo; desde esa “carne labrada por arados de angustia”. (5)
Habría entonces que apostar, más que por la transmisión clara y eficaz de un mensaje, por la puesta en crisis de la comunicación y de toda comprensión, con el fin de que aparezca ese silencioso malestar que sempiternamente se empeñan en acallar los grandilocuentes discursos bien modelados por las herramientas técnicas y tecnológicas de la comunicación. Sin embargo, para que se haga escuchar ese silencio es necesario ser paciente y no echar mano de la primera palabra del excluido que hace suyos los discursos institucionalizados, presentándose a sí mismo como efecto de la miseria e idealizando su propio perjuicio. No está de más hacer notar que la expresión “pobre de mí”, la cual pareciera surgir de un discurso autorreferido, en realidad encuentra su soporte en el discurso del Otro social. Como lúcidamente dice Assoun, el autocomentario de la miseria no es más que la “inflación que enmascara mal el no-poder-decir”. (6) En contraste, la mirada apelmazada de las instituciones se ve colapsada por el decir de ese otro que construye un saber desde las cicatrices de su propio cuerpo y no desde la palabra experta que pretende revelar sus causas con miras a controlar sus efectos. Este saber que hace estragos en el cuerpo es siempre un saber incompleto que no explica, mas se erige cual testimonio de la singularidad. De este humilde saber no se puede hacer ciencia alguna ni generalizaciones universales.
Desde este lugar, la comunicación aparece como imposible, pues es tan sólo un falso ideal. Lacan decía que él no pretendía ser entendido sino causar olas. ¿Qué significa esto? ¿A dónde apunta cuando afirma que la no comprensión es signo de eficacia? En relación con la interpretación en el análisis, nos dice Lacan: “para confirmar lo bien fundado de una interpretación lo que cuenta no es la convicción que acarrea, puesto que se reconocerá más bien su criterio en el material que irá surgiendo tras ella”. En efecto, más que de donar una interpretación aclaratoria, explicativa o “asertiva”, se trata de “provocar olas”: de desencadenar efectos no esperados, sorpresivos, que nada tienen que ver con una verdad que yace “bajo tierra” esperando ser desenterrada. Quizás tenga que ver, más bien, con un saber desentrañado, que adviene precisamente de las entrañas... del analizante.
Siguiendo el hilo de esta idea y deslizándonos al terreno de las relaciones sociales, podemos decir que no se trata de comunicarnos para llegar a un consenso a través de la comprensión, sino de escuchar al otro dejando que éste cimbre las convicciones más firmes, los paradigmas más “naturales”, toda moral. Y esto, no para entender al otro poniéndome (7) en su lugar – tarea que, además de ser imposible, aparece como peligrosa – sino crear un hiato insalvable entre yo y el otro que impida colmar toda sed de Verdad; agujero que – como advierte Assoun – le muestra de forma desgarradora, tanto a las ciencias sociales como a las ciencias de la comunicación, una falla en el saber que ninguna sutura podrá salvar; y de pretenderlo, correríamos el riesgo de institucionalizar el terror con el arribo del totalitarismo
¿Qué se juega en el campo de la comunicación cuando pensamos que éste se reduce a la eficacia en la transmisión de un mensaje por un emisor a un receptor? Tras esta mirada de intenciones – aparentemente apolíticas – de comprensión y clara comunicación, se esconde un entramado de redes de poder, pues, más allá de la producción y transmisión de un mensaje, el juego de las comunicaciones se encuentra atravesado por estructuras sociales y simbólicas que lo determinan. No se trata sólo de comprender cómo se gestan y se distribuyen los discursos, sino develar que tanto su producción como su puesta en circulación generan relaciones de poder que configuran el espacio de lo social.
La comunicación debe ser pensada en plural, pues los discursos que configuran el orden social son múltiples y no todos corren con la misma suerte: los que construyen la Historia – los de los grupos dominantes – aunque pretendan erigirse en discursos universales, portadores de la Verdad, la voz de los otros – los marginados y excluidos – se inmiscuyen por las grietas más delgadas y por minúsculas porosidades para contar su historia y nombrar la realidad desde otro lugar. Sin embargo, además del calidoscopio de estos discursos eficaces o parcialmente acallados, nos enfrentamos también ante cierto silencioso malestar que no encuentra cause en el laberinto del lenguaje. Es entonces imperante intentar escuchar ese silencio y leer lo no formulado, lo no dicho, para propiciar la emergencia de nuevos discursos que den cabida al otro, a los múltiples otros que desde los discursos dominantes sólo pueden ser leídos como los desviados, enfermos, subdesarrollados, insanos y peligrosos.
Así, el lenguaje aparece no sólo como un medio de comunicación sino también como gestor de realidades; no sólo es un medio de representación de los hechos, sino que el lenguaje crea y recrea el orden. Desde este lugar, damos cuenta que el sentido, más que descubierto o revelado, es creado; o, en términos nietzscheanos podemos decir que el conocimiento no se descubre sino se inventa.
Desde esta perspectiva, las “ciencias de la comunicación” – cualquier cosa que eso signifique – no se remiten sólo a analizar las diversas formas y técnicas de la transmisión de mensajes, sino – como mencionamos anteriormente – también a reflexionar sobre ese complejo campo de los discursos sociales que aparecen como un entramado de relaciones de poder. Este panorama nos obliga a pensar que el problema de la comunicación es también un problema ético y político. Y aquí es donde se cruzan el campo de la comunicación, el arte y el psicoanálisis. Si el arte tiene que ver, desde un punto de vista fenomenológico, con poner el mundo entre paréntesis y hacerlo salir de sus goznes al posicionarse más acá de los fenómenos y el mundo de las formas, da cuenta, a través de la sensación, de una serie de escorzos y retazos, que aparecen como fragmentos de materialidad inacabada. (2) Así, el contacto con el mundo por medio de la sensación, se encuentra más acá de la visión que resulta en un saber sobre los objetos (como la mirada científica, por ejemplo). Desde aquí, desde la sensación – a diferencia de la mirada de la ciencia –, no hay conocimiento que arribe sino pura afección que irrumpe en el curso “natural” o “mundano” de los acontecimientos, para develar su reverso. Aquello que se revela en el arte tiene que ver, entonces, con los contrasentidos de una historia bien contada. Podríamos decir, siguiendo los trazos de Walter Benjamin, que “leer la historia a contrapelo”, no significa abordarla desde la posición contraria sino detenerse por un instante en sus bordes con el fin de revelar una historicidad anacrónica que, a pesar de que la Historia oficial intente desconocer, insiste y aparece a modo de significación sintomática. (3) Esta anacronía que hace tropezar el paso firme de la Historia, la podemos relacionar con aquello que Freud llamaba la “melodía primitiva de las pulsiones” [Triebmelodie]: testaruda melodía oriunda de las formaciones del inconsciente que se cuela por los oídos e impone su propio estribillo, desentonando así la gran sinfonía de la civilización. (4) Y ¿qué es aquello que desentona y se cuela por los oídos, proviniendo del inconsciente? Son despojos: aquello que ha sido acallado y que de alguna caprichosa manera se hace escuchar desde las barricadas del cuerpo; desde esa “carne labrada por arados de angustia”. (5)
Habría entonces que apostar, más que por la transmisión clara y eficaz de un mensaje, por la puesta en crisis de la comunicación y de toda comprensión, con el fin de que aparezca ese silencioso malestar que sempiternamente se empeñan en acallar los grandilocuentes discursos bien modelados por las herramientas técnicas y tecnológicas de la comunicación. Sin embargo, para que se haga escuchar ese silencio es necesario ser paciente y no echar mano de la primera palabra del excluido que hace suyos los discursos institucionalizados, presentándose a sí mismo como efecto de la miseria e idealizando su propio perjuicio. No está de más hacer notar que la expresión “pobre de mí”, la cual pareciera surgir de un discurso autorreferido, en realidad encuentra su soporte en el discurso del Otro social. Como lúcidamente dice Assoun, el autocomentario de la miseria no es más que la “inflación que enmascara mal el no-poder-decir”. (6) En contraste, la mirada apelmazada de las instituciones se ve colapsada por el decir de ese otro que construye un saber desde las cicatrices de su propio cuerpo y no desde la palabra experta que pretende revelar sus causas con miras a controlar sus efectos. Este saber que hace estragos en el cuerpo es siempre un saber incompleto que no explica, mas se erige cual testimonio de la singularidad. De este humilde saber no se puede hacer ciencia alguna ni generalizaciones universales.
Desde este lugar, la comunicación aparece como imposible, pues es tan sólo un falso ideal. Lacan decía que él no pretendía ser entendido sino causar olas. ¿Qué significa esto? ¿A dónde apunta cuando afirma que la no comprensión es signo de eficacia? En relación con la interpretación en el análisis, nos dice Lacan: “para confirmar lo bien fundado de una interpretación lo que cuenta no es la convicción que acarrea, puesto que se reconocerá más bien su criterio en el material que irá surgiendo tras ella”. En efecto, más que de donar una interpretación aclaratoria, explicativa o “asertiva”, se trata de “provocar olas”: de desencadenar efectos no esperados, sorpresivos, que nada tienen que ver con una verdad que yace “bajo tierra” esperando ser desenterrada. Quizás tenga que ver, más bien, con un saber desentrañado, que adviene precisamente de las entrañas... del analizante.
Siguiendo el hilo de esta idea y deslizándonos al terreno de las relaciones sociales, podemos decir que no se trata de comunicarnos para llegar a un consenso a través de la comprensión, sino de escuchar al otro dejando que éste cimbre las convicciones más firmes, los paradigmas más “naturales”, toda moral. Y esto, no para entender al otro poniéndome (7) en su lugar – tarea que, además de ser imposible, aparece como peligrosa – sino crear un hiato insalvable entre yo y el otro que impida colmar toda sed de Verdad; agujero que – como advierte Assoun – le muestra de forma desgarradora, tanto a las ciencias sociales como a las ciencias de la comunicación, una falla en el saber que ninguna sutura podrá salvar; y de pretenderlo, correríamos el riesgo de institucionalizar el terror con el arribo del totalitarismo
(1) Vicente Huidobro, Altazor, México, Rei México, 1997, p. 57.
(2) Aquello que la fenomenología husserliana llama datos hyléticos
(3) Georges Didi-Huberman, Ante el tiempo,Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2004, p. 125.
(4) Paul L. Assoun, Freud y las ciencias sociales, Barcelona, Ediciones del Serbal, 2003, p. 58.
(5) Vicente Huidobro, Altazor, ob. Cit., p. 65.
(6) Paul L. Assoun, El perjuicio y el ideal. Hacia una clínica social del trauma, Argentina, Nueva Visión, 2001, p. 35.
(7) La posición nos remite también a la hipóstasis: a la localización de la conciencia y la emergencia de un sujeto que viene a sí, pero que no puede ir a ninguna parte. El sujeto, en la hipóstasis, está encerrado en sí mismo sin posibilidad de evasión: esa es la tragedia del yo. Cf. Emmanuel Levinas, De la existencia al existente, Madrid, Arena Libros, 2000.
(2) Aquello que la fenomenología husserliana llama datos hyléticos
(3) Georges Didi-Huberman, Ante el tiempo,Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2004, p. 125.
(4) Paul L. Assoun, Freud y las ciencias sociales, Barcelona, Ediciones del Serbal, 2003, p. 58.
(5) Vicente Huidobro, Altazor, ob. Cit., p. 65.
(6) Paul L. Assoun, El perjuicio y el ideal. Hacia una clínica social del trauma, Argentina, Nueva Visión, 2001, p. 35.
(7) La posición nos remite también a la hipóstasis: a la localización de la conciencia y la emergencia de un sujeto que viene a sí, pero que no puede ir a ninguna parte. El sujeto, en la hipóstasis, está encerrado en sí mismo sin posibilidad de evasión: esa es la tragedia del yo. Cf. Emmanuel Levinas, De la existencia al existente, Madrid, Arena Libros, 2000.
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