LA FUNCION ESCOPICA - Miguel Angel "EL DAVID"

Arte y Psicoanálisis/El Sigma
Una palabra "Terribilità" (miguelangelesca) define la mirada del David. Que con sus poderes de penetración se expande desde el mármol a quienes hemos osado ser atrapados por esa mirada. Basta con mirar los ojos del David para sentir y comprender casi por intuición que bordeaba lo terrible en Miguel Ángel.
Mirada viva que como lanza, es capaz de apropiarse de Goliad (como enemigo), de los filisteos y de los visitantes que osan dirigir su vista más arriba de su explanada.
Obras de Miguel Ángel construidas para ser vistas, ¿ofrecidas a la mirada del Otro?, de los otros, pintura, escultura, arquitectura que se dan a la apreciación particular pero escópica de cada quien, y de esto no hay dudas.
Todos los artistas ofrecen sus productos a las pupilas de sus fieles, pero, qué hay de particular en la mirada de sus obras… las de Miguel? Qué enigma, interrogantes o cuestionamientos nos aparecen por la captura de su autor en esos ojos, propios y ajenos.
Cómo explicar qué es la pulsión escópica, o cómo dar cuenta desde la teoría de esta especie de objeto pulsional. ¿Cuál es su función?
En un primer momento Lacan se une conceptualmente a Sartre. Éste nos habla de la mirada y dice que: es lo que le permite al sujeto comprender que el Otro es también un sujeto. Y esto implica la posibilidad que se tiene de ser visto por el Otro. Para Sartre la mirada funciona con el acto de mirar, donde hay reciprocidad en el ver al Otro y ser visto por él. Lacan se aparta considerablemente de esta linealidad. Reconociendo que ver y mirada, no son recíprocos. Podríamos decir que Sartre no ve el objeto, no ve el deseo que es lo que hace a la diferencia entre estos términos. O es del orden de la necesidad o es del orden del deseo (Ver y mirada respectivamente). El psicoanalista nos dice que la mirada, es un objeto, y que no está del lado del sujeto, sino del lado del Otro. La relación entre el Otro y el sujeto en la mirada es antinómica. Pero no dejan de articularse; recordar en ello, los tres tiempos de la pulsión: ver, verse, ser visto o hacerse ver.
Mientras el ojo es el órgano de la visión y por él se puede ver. La mirada es el aporte de la visión integrada al campo del deseo. Son las vueltas que la visión ha dado en esa integración a ese campo.
La mirada implica al sujeto y al deseo allí (en juego).
La función de la visión la encontramos en el ver, verse, ser visto …, con un órgano llamado ojo que la cumple en su normalidad.
Mientras el sujeto ve, se pierde la mirada quedando elidida; cuando hay mirada, no ve.
En la mirada hay un llamado al Otro. A que el Otro se abra en su deseo, que haya hendidura, en el Otro.
Si bien la pulsión tiene tres momentos en relación a su recorrido y articulándose con el verbo: VER, VERSE, SER VISTO.
¿Cómo podemos pensar esto en Miguel Ángel, y cómo podemos responder? Tal vez ya las preguntas sean más importantes que determinadas respuestas, que seguramente no tendremos.
No sólo el arte hace su recorrido pulsional por la mirada, no sólo Miguel Ángel, también el sujeto que habla en él, y a través de su obra, el sujeto que de Miguel Ángel habla en los ojos de su obra. Miguel Ángel escópico, convocante a quedar atrapado en lo pulsional, tan sublimado en el espíritu artístico, pero tan expresivo. Bordea, contornea, un espacio pulsional y como recorte cae un pedazo que hace a la diferencia, sólo un significante TERRIBILITÀ en la mirada.
¿Qué función de la mirada? Objeto escópico que contorneado por un sujeto funda su relación al Otro. No sólo con el Otro, sino al Otro. Dirigido al Otro. Para que allí el Otro se abra en su deseo. No demanda sino deseo. Para darse como sujeto a ver. Darse a ver.
Mirada del David que es apariencia, ¿pero qué oculta esa apariencia? Atrapa al Otro en su propia trampa. Que tal como un enigma, imanta al que lo mira y el que a su vez es mirado por él.

UN REGARD OBLIQUE... O LA POLÍTICA SEXUAL DE LA MIRADA

Rosa Aksenchuk - Psicoanalista

Un regard oblique [“Una mirada oblicua”, 1948] la fotografía de Robert Doisneau ilustra la dimensión política que puede revestir la mirada en una cultura patriarcal. Un respetable matrimonio de clase media se detiene ante el escaparate de una galería de arte: la mujer comenta con su marido los pormenores de un lienzo, del que tan sólo podemos percibir la parte posterior; pero el hombre, poco atento a las observaciones de su esposa, desvía subrepticiamente la mirada hacia el retrato de una mujer desnuda que cuelga en la pared opuesta.
El personaje masculino no se halla en una posición central, sino que ocupa un lugar marginal en el extremo derecho de la imagen. Sin embargo, es su mirada la que estructura todo el argumento narrativo de la misma. No es que su mujer no mire: ésta mira, de hecho, con intensidad, pero el objeto de su interés permanece oculto a los ojos del espectador. La mirada femenina se define así como vacía, atrapada entre dos polos que trazan el eje masculino de la visión. En efecto, el objeto de la mirada del varón sí que se halla claramente subrayado: la presencia del desnudo femenino, plenamente visible, hace que nos identifiquemos inmediatamente, en tanto que espectadores, con la mirada masculina. La mujer queda al margen de un triángulo imaginario de complicidades que se teje entre el cuadro, el hombre y el espectador. De este modo, el placer que experimenta este último se produce a través de una negación de la mirada de la mujer, que no está ahí sino como blanco de una broma sexual construida a sus expensas. En tono jocoso, la fotografía de Doisneau refleja de una forma sorprendente lo que algunas autoras feministas han llamado «la política sexual de la mirada» [the sexual politics of looking].