LA INVESTIGACION CUALITATIVA "FACE TO FACE" VS. "ON LINE"

Pensando desde lo cualitativo, que introduce el mundo on line? Nuevos tipos de intersubjetividad, por lo tanto nuevas formas de subjetividad, es decir, nuevas formas de vínculos.
Cómo funciona la identidad cuando no está en juego el cuerpo y todo se limita al lenguaje? Como inciden estas nuevas claves en la formación de lazos y de comunicación? Por lo pronto estamos ante una nueva forma de comunicación humana y una actitud distinta. La pregunta seria cual es el interés y la posición que asume un respondente o entrevistado en esta situación y cómo influye esto en sus respuestas. De hecho hay una serie de condicionantes sociales en el “cara a cara”, de imagen, de postura, de cómo mostrarse que desaparecen de la interacción y de la mirada de los interlocutores. Pensemos que toda persona que interactúa en el ciberespacio adopta una nueva personalidad, que puede diferir en gran o pequeña medida de lo que se es en la cotidianeidad. No hablamos de personalidades verdaderas o falsas, o patológicas, sino “distintas”. En las investigaciones on line prima la invisibilidad, hay menos protocolos, se diluyen ciertos conflictos propios de la interacción humana y se debilita algo de lo anímico que siempre está en juego en lo que se trasmite y se tramita.
Cambian los factores motivacionales. Por lo tanto es una experiencia distinta que si bien se liga al cambio tecnológico es mucho más que eso. No quiero decir que sea mejor o peor sino distinto. Hay un feedback diferente y por qué no, una reflexividad diferente?
La investigación cualitativa on line, a mi juicio, supone una nueva dinámica interpersonal que implican nuevos modos de reflexión en la comprensión de sentido, es decir, en su significatividad. El método no es nunca nada fuera del material y , en relación al material dependerá del tratamiento eficaz del mismo.

LAS MARCAS URBANAS COMO CONSTRUCCION COLECTIVA


La memoria de una ciudad no existe tanto en los monumentos que previó el urbanista, sino en “las marcas que hacemos y hacen ciudad”. De este modo, la memoria urbana es “una marcación colectiva” y “así concebida, la ciudad tiene otra manera de ser vivida”.


Bottom of Form
Según Robert Musil, no hay nada en el mundo tan invisible como los monumentos. Es cierto que se trata de una provocación; también es cierto que esa provocación es verdadera. Pero, además, se trata de una observación crítica a un modo histórico de construir memoria. Según ese modo, la memoria se objetiva en diversos dispositivos: el monumento es una forma; el museo, el archivo, el documento histórico, son otras tantas formas de la misma objetivación. Así entendida, la memoria es la representación del pasado concentrada en un objeto.
Ahora bien, la concentración de la memoria en un objeto organiza una delegación: los archivos son los responsables de la memoria, la memoria es patrimonio institucional. De esta manera, la memoria –dice el historiador Pierre Norá– pierde toda espontaneidad. Gestionada la delegación, el archivo, el monumento, el museo, el festival, el aniversario, devienen responsables excluyentes y exclusivos del gobierno de la memoria.
Desde otra perspectiva, la memoria no es ni representación del pasado ni objetivación de lo sucedido ni construcción acabada. Según esta mirada, sobre la que intentaré transitar, la memoria es un conjunto de fuerzas heterogéneas, y hasta contradictorias, que afectan, alteran, suplementan un objeto o un espacio y lo transforman en lugar.
Si la memoria es indeterminación viva, no hay dispositivos institucionales que puedan naturalizarla ni soportes establecidos que puedan congelarla. O al menos, las operaciones de naturalización y congelamiento no pueden con ella. Si se quiere, la memoria espontánea, viva, indeterminada, adquiere y construye sus propias formas. Detengámonos en la ciudad, nuestro sitio de implicación. Si la memoria es monumental, la memoria de la ciudad está concentrada y reducida a unos objetos. En consecuencia, la memoria urbana existe solamente donde fue preestablecida por el urbanista, el funcionario, la institución. Si la memoria no está concentrada en un objeto sino que está hecha de marcas y afectaciones varias (deliberadas o no; programadas o no, contradictorias o no), la memoria urbana es la ciudad misma. En definitiva, las marcas que hacemos y hacen ciudad. Concebida más allá de los objetos, la memoria urbana no es una objetivación institucional sino una marcación colectiva; no es una construcción terminada sino una configuración en construcción que emerge aquí y allá. Así concebida, la ciudad tiene otra manera de ser vivida.
En la ciudad contemporánea, afectada por el flujo de capitales, imágenes, personas, información, no hay lugares habitables generadores de sentido. Hasta que los hay. Cuando los hay –como resultado de una intervención– adviene el lugar, adviene la huella material que soporta los sentidos. El lugar, en otras palabras, es el sitio donde el acontecimiento adviene y configura, marca, afecta. La memoria requiere de un lugar donde acontecer porque la memoria es un diálogo complejo e indeterminado entre espacio y tiempo.
Hay una variedad de situaciones en las que la ciudad adviene como lugar de la memoria. Por ejemplo, estamos en el Puente Pueyrredón después del asesinato de Kosteki y Santillán a manos de la policía. Después del asesinato, el puente no es el mismo; transitar este puente no puede ser lo mismo. El puente es otro y sus visitantes también. El puente tiene memoria. O si se quiere, es memoria. Tiene una memoria ancestral. Es memoria de la Argentina postindustrial, de la Argentina piquetera. Después del asesinato, el Puente Pueyrredón tiene otras memorias, nuevos sentidos. El asesinato de los militantes piqueteros introduce una nueva afectación: el puente como lugar es afectado y marcado por el acontecimiento.
Ahora bien, esta afectación no resulta de una intervención deliberada, sino del efecto no calculado de un acontecimiento. Cruzar el Puente Pueyrredón, después del asesinato, implica una interpelación ineludible: mataron a Kosteki y a Santillán. Una marca que es memoria, una marca memorable.
Con el querido Ignacio Lewkowicz, en Arquitectura plus de sentido, distinguíamos entre ciudad de los flujos y situaciones urbanas. La ciudad implica un sentido preestablecido, mientras que las situaciones urbanas organizan un sentido, una espacialidad, un plus a pesar del flujo y más allá de lo preestablecido. Algo de este orden acontece con el Puente Pueyrredón. O más precisamente, en el Puente Pueyrredón. El puente es una marca en la ciudad que dice y nos dice. ¿Qué dice el puente? No lo sé, pero no hay duda que dice. Y lo dice cada vez que es transitado, ocupado, habitado, convocado. Si no lo creen, prueben.
Plaza del alma
Una situación de otro orden se planteó en Berlín. Daniel Libeskind tiene que diseñar un museo. No es cualquier museo. Se trata del Museo Judío de Berlín. Una primera pregunta interpela al arquitecto: qué tengo que mostrar. Libeskind ensaya una respuesta: tengo que mostrar lo que no está. Muy buena respuesta, que enfrenta al arquitecto con un verdadero problema: cómo se muestra lo que no hay; cómo se muestra la ausencia. La investigación de esta posibilidad construye un museo que hace eje en el armado de espacios que evoquen ausencia. Este museo no es uno al que estemos acostumbrados. No es un museo institucional que expone, más o menos cuidadosamente, materiales de archivo. No es un museo del Estado Nación. Tampoco es un museo histórico que nos dice críticamente qué pasó. Lo novedoso de este museo reside en el tipo de experiencia que le ofrece al visitante.
La operatoria del Museo Judío de Berlín no consiste en la exposición de objetos, fotos, archivos, sobre la historia del pueblo judío, sobre las persecuciones y los campos de concentración. Si bien hay un espacio especialmente saturado de este tipo de información, la operatoria del museo es distinta. Al entrar al museo hay que elegir entre distintas salas, donde no se expone nada. Entramos primero a una sala vacía, fría, con luz tenue y de fuente imperceptible, de muchísima altura y con una enorme puerta que, al cerrarse, produce un ruido escalofriante que nos remite a la emoción de la ausencia, de lo que terriblemente ya no está. Una situación espacial que nos atraviesa el cuerpo, que prepara nuestra sensibilidad para percibir que lo que vivía ya no está. Un espacio que no es nada y que se termina de construir con nuestra presencia. Sería largo describir cada lugar, pero sí es muy importante explicar el dispositivo arquitectónico que nos presenta la ausencia. Esta ausencia no resulta de la apelación a objetos ligados a los ausentes sino de la instalación de situaciones de ausencia. Se habita la ausencia y no los objetos de los ausentes. La construcción de la memoria no resulta de las operaciones archivísticas o del buen conocimiento de los hechos, sino de la producción, en diversas situaciones, de ausencia, ausencia, más ausencia. La memoria es experimentación de la ausencia, no recordatorio.
Un último ejemplo. Estamos en una plaza de París llamada Plaza del Alma, según la designación oficial. En esta plaza hay una base de mármol –larga, dorada, estilizada– que representa la llama de la libertad. Según la placa, es una réplica de la llama que sostiene la Estatua de la Libertad en Nueva York. Al parecer, la llama representa la libertad y la amistad como valores universales. Hasta aquí, nada memorable; apenas una plaza menor para el recorrido turístico promedio. Pero la Plaza del Alma está construida sobre un túnel y en ese túnel se mata Lady Di. Después del accidente, la plaza se convierte en la plaza de Lady Di. En poco tiempo se cubre de graffitis, dibujos, collages, muñecos, postales, cartas, en honor de la princesa trágicamente muerta.
Un conjunto de acciones han convertido esa plaza sin marca ni afectación en un lugar poblado de memoria. Por cierto, no ha sido una intervención deliberada, calculada, codificada. Por el contrario, se trata de un conjunto heterogéneo de acciones que marcan, afectan, construyen espacialidad. La construcción de sentido no resulta de una intervención institucionalizada –esa sería la lógica de la plaza oficial, que arma un sentido preestablecido y cerrado–, sino de una variedad de acciones, sin plan entre sí, que construyen lugar. La plaza ya no es solamente una plaza oficial que presenta la libertad y la amistad como valores universales; la plaza es una construcción colectiva que vuelve habitable lo inhabitable, es un espacio que hace lugar.
En el marco de estas situaciones urbanas, la memoria no es una producción institucional que se defina de una vez y para siempre: la memoria es una variedad compleja, heterogénea y permanente de acciones que componen un sentido que, inevitablemente, es en construcción. Y la ciudad es el sitio donde acontecen infinitas situaciones urbanas. La vida de cada uno de nosotros está afectada por una serie infinita de situaciones urbanas que componen nuestra memoria, que marcan y nos marcan, incluso entretejiendo el plano de lo público y lo privado. ¿Qué sería, si no, la ciudad?
El Puente Pueyrredón nos ofrece una vía de indagación de la memoria y nos aleja –una vez más– del esquema institucional de lo memorable. El puente es memoria pero no es memoria representacional. Más bien, es una interpelación inevitable que nos recuerda lo que aconteció. El puente se hace lugar cuando nos susurra que algo ha tenido lugar. Nada más alejado del monumento conmemorativo, nada más alejado del registro objetivo de los hechos. En esta situación, la memoria es interpelación por el acontecimiento.
La Plaza del Alma (o la Plaza de Lady Di) también nos invita a revisar los mecanismos productores de memoria. Si la plaza institucional no generaba afectación alguna, la Plaza, luego de la muerte de la princesa, abre otro juego de espacios. En esta situación, la memoria es una construcción de sentido en la contingencia.
Estas situaciones relanzan y redefinen el problema de la memoria. Como dice Borges, “los ojos ven lo que están acostumbrados a ver”. Por eso, es tiempo de indagar otras formas de la memoria; es tiempo de pensar la memoria como eso que está actuando todo el tiempo, como eso que está produciendo y produciéndonos.
 Extractado del trabajo “Ciudad memoria. Monumento, lugar y situación urbana”, publicado en la revista Otra Mirada, de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).

EN QUE PENSAMOS CUANDO HABLAMOS DE JUVENTUD?

Los jóvenes HOY
En la actualidad no existe “la juventud” como un actor uniforme. A diferencia de lo que sucedía hace 3 o 4 décadas atrás donde la juventud se caracterizaba por tener una fisonomía parecida, vestirse igual, escuchar la misma música y desenvolverse dentro de modelos referenciales semejantes, los jóvenes de hoy conforman un escenario donde “la diversidad” es la característica que trasciende. 
Si algo determina a la juventud, es la heterogeneidad. Intereses variados, comportamientos distintos, prácticas culturales y  estilos de vida con diferentes matices, con condiciones materiales distintas, conforman una trama plural como nunca se ha dado en la historia.
La diversidad se expresa en las ideologías pero mucho menos en los valores. Los hay más liberales, más progresistas, más moderados, más populistas, más o menos interesados en la política, pero en general, sus creencias son modernas en términos de igualdades de género, de derechos laborales  respecto de la mujer y el hombre, de libertad de elección sexual, de expectativas en el campo del trabajo y el estudio, de adscripción a la defensa del medio ambiente y a nuevas lógicas de participación. 
La época resignifica a los jóvenes de un modo que la sociedad adulta no se percata. La familiaridad con las nuevas tecnologías y la práctica frecuente con los Tics (en mayor o menor grado) ubica al segmento juvenil más cerca de la información y del conocimiento que en otros tiempos.
Los jóvenes de hoy están llenos de experiencias que otras generaciones no tuvieron. Acostumbrados a luchar por un puesto laboral, a diferenciar lo que los favorece y los desfavorece en el trabajo, a buscar alternativas para ubicarse en un mundo difícil para el ascenso social y a pensar en el futuro que les espera frente a una sociedad con muchas exigencias y menos posibilidades de realización confortable.
Siendo la juventud la etapa con más potencialidades en juego, los jóvenes no poseen, como ciudadanos, el lugar que se merecen y están escasamente contemplados en la discusión pública y en la toma de decisiones. El mundo adulto tiende a relegar a los jóvenes de los ámbitos en los que se determinan cuestiones que atañen a la vida pública o privada.
Los jóvenes en general demandan a través de sus manifestaciones, un deseo de visibilidad que la sociedad no les confiere. La sociedad los cataloga de “apáticos” cuando, en realidad, están más cerca de la idea de participación que los propios adultos.
LOS JOVENES Y LA POLITICA
Las grandes dificultades que plantea la inserción laboral, los magros ingresos, el trabajo en negro, la imposibilidad de llevar adelante proyectos que dependan de sus posibilidades económicas y de sostener a veces un estudio, de que se traten los temas que les interesa a los jóvenes, fomentan escasa satisfacción con el sistema democrático. No se repudia el sistema en si mismo pero se duda de su importancia para transformar la vida de las personas.
Los jóvenes tienden a descreer de las instituciones y de los políticos. La política esta distanciada de la idea de “gran cambio social” y en ese entorno imaginario no todos lo visualizan como un ámbito para encontrar respuestas y soluciones.
En este contexto la trascendencia del voto se ve afectada por la idea negativa de cierta inutilidad en su valor de cambio. El significado del voto se desdibuja como herramienta de “elección” (puedo elegir y puedo cambiar) para connotarse de un sentido más ligado a la manipulación (se benefician ellos). Sería algo así como una posibilidad para el candidato más que una posibilidad para el ciudadano. De allí que surjan dudas, deseos de no ir a votar, pensar en resultados estériles, etc.  
Pero contrariamente a lo que se suele divulgar, muchos jóvenes mantienen deseos de participación activa. Por supuesto que se trata de participación en los ámbitos que les interesan, aquellos donde converjan intereses personales o grupales y tal vez no sea un partido político sino un espacio de desarrollo y oportunidades, tratase de deportes, de música, de ámbitos educativos, de espacios creativos o culturales, de redes de interacción social, etc. ( los que reflejan al siglo XXI) Lo que buscan, son  evidencias de ser escuchados, tomados en cuenta, considerados en sus inquietudes e intereses y sobre todo, respetados en su singularidad.
Entonces, si se piensa en los jóvenes y la política, no se puede estar al margen de sus anhelos de integración, de realización personal y colectiva, de inserción en un mundo laboral que los contenga y “los respete”. La demanda de respeto es sobresaliente.
Los jóvenes, cuando de política se trata, temen ser manipulados, con lo cual están alerta frente a los mensajes que intentan convocarlos mediante recursos poco genuinos. No se trata de poner música de rock o vestirse informalmente. Para los jóvenes la política tiene que tener un sentido en el mundo de lo  “cotidiano”, de lo que les sucede en el día a día. Tienen aspiraciones de corto plazo, no están centrados en grandes utopías pero piensas en el presente y en el futuro.
Saber qué significa la política, requiere poder “redefinirla” como una práctica donde cuenta la opinión de los ciudadanos y sus inquietudes, para correrla del imaginario donde sobresale como “un beneficio para los políticos”. La demanda que subyace en el discurso de muchos jóvenes, alude a considerar que hay un sujeto distinto y distintos sujetos en un gran escenario que se llama juventud. Los jóvenes aspiran a ser “comprendidos” y comprensión significa entender que el mundo de hoy es distinto.
Les interesan los problemas del país pero no les interesan los partidos políticos, confían  más en las organizaciones no tradicionales, desinteresadas por el poder.
Dentro de esta lógica, en el ámbito político no encuentran referentes que los representen, que los identifiquen. En general, no perciben propuestas que se inspiren en aprender de los jóvenes, considerar su visión del mundo y respetar sus valores.
Mantienen la expectativa de un escenario que sea más deliberativo, que los incluya en sus demandas, que aplique un sentido pragmático, que atienda sus necesidades cotidianas y tenga objetivos concretos.
En este contexto, los temas que preocupan están muy ligados al ámbito laboral en primera instancia. Las condiciones laborales desfavorables, el trabajo precario, la discontinuidad… etc. forman parte de las demandas insatisfechas.
La educación es el otro punto álgido en medio de una sociedad que propone: más educación y menos acceso a empleo, más información y menos acceso a instancias de poder, mayor autonomía moral y menores opciones de autonomía material, entre otras.
A la luz de estos comentarios se podría sintetizar que la juventud es un reto para la política. Frente a las limitaciones y dificultades objetivas, los jóvenes aspiran a sentirse contemplados, a lograr niveles educativos más altos, se entusiasman con el mundo interconectado, no poseen una mirada conservadora y fundamentalmente no se resignan a quedar excluidos. Lo que buscan son formas que no incidan negativamente en su desarrollo. Los jóvenes buscan más equidad e inclusión y mantienen disposición a la participación, siempre que remita a ámbitos y formas no convencionales y estén dentro de una lógica que los refleje.